La cultura del botín político

Por: Elizabeth Juárez Cordero

En tu cumpleaños 25.

El sociólogo alemán Max Weber describía muy bien este sistema de botín político o de repartición de cargos públicos tanto al interior de los partidos o como resultado de un triunfo electoral; a modo de recompensa a leales y seguidores o en arreglo entre partidos una vez terminada la confronta.


El acuerdo revelado la semana pasada por el presidente del Partido Acción Nacional, Marko Cortés, resultado de la alianza que llevó al triunfo electoral de 2023 al actual gobernador de Coahuila, en el que se señalan los espacios que dentro y fuera de la administración pública local como de órganos autónomos o notarías debían corresponder a su partido, es muestra evidente de esta cultura de botín que ha permeado durante años en la clase política, como uno de los muchos mecanismos de subsistencia, para quienes han hecho de la política más que una vocación un modus vivendi.


Este vergonzoso momento para la historia política reciente, dibuja de pies y figura no sólo a un hombre o una fuerza política por demás desacreditados, faltos de integridad como de dignidad política, el diagnóstico es por mucho, más grave. Pues da cuenta de una forma patrimonialista y clientelar de entender el poder público, de la que no hemos podido sacudirnos, pese a la transición democrática, las numerosas alternancias locales y las que han tenido lugar en la cúspide del poder presidencial, sí incluso ahora, con la promesa de un cambio de régimen.


Estas reglas no escritas, ahora públicas y transparentes en palabras del propio Cortés, desenmascaran las entrañas de lo que ya suponíamos, no una confrontación entre visiones y soluciones a las problemáticas del país sino la mera disputa de espacios de poder, de cargos públicos, que no están muy distanciados de ese mismo grupo, cuyas motivaciones han decantado en alianzas antinaturales, adhesiones impropias, como prontos y cómodos conversos al partido en el poder.


Desde luego, no se trata de una conducta novedosa, basta dar una ojeada al pasado; qué otra cosa fue sino la repartición del botín, la disciplina partidaria recompensada a través de cargos públicos en el régimen posrevolucionario o iniciados en el proceso de la pluralidad política las concesiones del régimen que reconocían los primeros triunfos electorales en los estados por parte de la oposición. Cómo se explican las candidaturas y espacios en las administraciones, que fueron ganando en los últimos años, partidos como el Verde Ecologista o del Trabajo, sino a partir de las alianzas electorales, que más que una suma de propuestas configuró una forma de subsistencia.


Ejemplos todos de una conducta patrimonial del poder, persistente en el tiempo, que atraviesa sin distingos de colores la forma de hacer política y construir gobierno, y que sin duda reflejan uno de los males más dañinos para la vida pública, como la corrupción; que es esta relación del poder que hace como propio el patrimonio y los recursos públicos.


Ello no implica, que se anule a priori la posibilidad de conciliar posturas políticas o construir una coalición electoral o de gobierno, en la que si bien puede ser obvia una composición plural en la que se vean reflejadas las distintas fuerzas que le impulsaron, el sentido de su unión no está puesto en el o los cargos, sino en el para qué, en la causa que le trasciende como entidad de interés público, en beneficio de la colectividad y no como canonjía para la élite partidaria.


En democracia, los acuerdos, no sólo son necesarios sino deseables, permiten generar consensos y construir gobiernos; ahí donde la suma de los partidos posibilita la aprobación de reformas o el impulso a una política de gobierno trascendental para la vida nacional o cuando una fuerza política no puede por sí misma nombrar un primer ministro…

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