Por: Clarissa A. Guzmán Fuentes
La periferia norte de Morelia no es mi espacio, soy una extraña que viene a conocer el territorio de otras mujeres. Arreglo mi mochila, me pongo mi playera, mi gafete, un gorro para el sol, botas para la tierra y salgo rumbo a este lugar. Durante el trayecto voy pensando ¿qué va a decir la gente de mí? ¿me van a correr? ¿se enojarán?
Llego y me encuentro con una colonia activa, amigable y con un ambiente de convivencia. Los niños juegan con sus bicicletas, las mujeres con sus hijos compran dulces en el puesto de la esquina y los hombres compran sus cahuamas y platican en la banqueta. Al caminar y conocer la colonia, me doy cuenta de que el miedo que sentía era producto de las noticias y rumores que sabía y, poco a poco, mis nervios fueron bajando.
Puedo ver y sentir una colonia tranquila y relajada, pero el diseño de las calles, de las casas y su arquitectura me dicen lo contrario. El espacio físico me dice que es hostil con las mujeres, que se puede convertir en el peor enemigo por las noches y que no es ni será un aliado de ellas. Las mujeres durante la luz del día dominan las calles, son las dueñas de la colonia; compran, platican, cargan y acompañan mientras el sol está en su máximo esplendor. Caminan sobre la tierra, del lado de un arbusto sin podar, de casas abandonadas y calles sin habitar, sin embargo, durante este tiempo, las calles se muestran la más amigables y cuidadoras de ellas.
Al llegar la noche, la luna y las estrellas parecen ser el toque de queda de las mujeres, desparecen de las calles. Las calles se tornan obscuras que a veces alumbran con el celular, calles con hoyos y con perros al asecho, se vuelven un lugar tenebroso, de incertidumbre y alejado para ellas. Mientras pienso esto, escucho a la señora Carla decirme “ya en la noche pues yo pienso que todas las calles ya están inseguras”, o a Arlet con sus cuatro hijos de fondo diciendo “uno siempre anda buscando donde no haya perros, y ya pasa uno y ahí ve uno, ¡ay! y yo me regreso vámonos chiquillos”, o con la seriedad de Elisa diciendo que “en el transcurso del día si no hay problema, escucho comentarios que de vez en cuando a alguien por ahí le robaron que un celular o algo así, pero pues yo ya evito irme por calles”. Con todo esto que me cuentan, no puedo evitar cuestionarme ¿nosotras resistimos en las calles?
Por el contrario, en un parpadear de ojos aparecen los hombres y niños, jugando y descansando sobre las calles. Para ellos, se ve que la noche es su compañera; ríen, beben, fuman y gritan, contemplan autos, miran a la nada y a la gente pasar. Ellos se ven en calma, están en paz.
Esto no es diferente de la periferia sur donde yo vivo. Vengo de un lugar quizá diferente a este, con calles pavimentadas, alumbrado y vigilancia las 24 hrs, pero tengo de vecinos al maíz, a las vacas y caballos que me han despertado varias veces, y sus hogares, que son los grandes terrenos de cultivo, y los tenemos que rodear para poder llegar a nuestro destino, cuando ya no pasa el transporte. En la noche se vuelve un espacio solo, pero iluminado, solo pero pavimentado, solo y enrejado, solo y con bardas de púa, tan solo que yo no vuelvo a pasar por ahí.
Las mujeres de las periferias trabajan diariamente en sus calles, salir a las calles es motivo de trabajo del hogar, no descansan, no se dan un tiempo de ver los autos pasar o perderse en la nada, la calle al menos aquí no se considera su aliada, no tienen paz. La buscan y la encuentran en otros espacios y en otras mujeres. Yo me encontré en otra periferia, que cada vez se vuelve menos otra.
Yo observo a las mujeres andar con sus bolsas del mandado y escribo, camino sobre las calles con tierra y escribo, escucho las pláticas de las señoras en la tienda y escribo, huelo el drenaje que se escapa de alguna tubería rota y escribo. No soy parte de esta comunidad, pero soy mujer de la periferia del sur. No soy parte de este lugar, pero comparto vivencias y sentires con estas mujeres. Comparto miedos, alegrías, cansancios y fatigas que nos hacen ser mujeres de la periferia.
Las periferias tienen tanto en común y tantas diferencias a la vez que podríamos en listarlas. Yo entendí que el caminar por las calles de otras mujeres puedo aprender y entender mi periferia.