Por Abigail Villalpando
¡Llegó Marzo!, y ante las reacciones diferenciadas que esto genera, vale la pena recuperar y resituar las narrativas feministas frente a: la banalización que se ha hecho del feminismo en ciertos sectores, como si de una moda se tratara; frente a su mercantilización, institucionalización y estigmatización alimentada por la desinformación o el exceso de información falseada de manera estratégica.
Cada vez es más frecuente encontrar actividades realizadas en el marco del 8 de marzo, comúnmente conocido como el Día Internacional de la Mujer, y aunque todas suman a visibilizar las problemáticas que nos atraviesan, no hay que dejar de mirar cómo esa potencia ha sido capitalizada por instituciones estatales, diversos mercados e industrias y hasta por actores políticos que, pronunciándose a favor o en contra, lucran con ella.
¿Por qué no se conocen tan ampliamente las apuestas feministas por la ternura radical y el amor compañero, o las apuestas a defender la alegría?, es importante recordar que el compromiso político del feminismo es para y con las mujeres, de ponernos al centro, de asumirnos y vernos como sujetas de derechos con agencia para significarlos, movilizarlos y usarlos como una gramática común para acuerparnos y acompañarnos hasta que la dignidad se haga costumbre para todas; respetando nuestros tiempos y procesos, porque, sin duda para cada una son particulares y están condicionados de maneras distintas.
Estos cuestionamientos al mandato de feminidad y la defensa a habitar nuestro ser mujer ha sido transformado en demandas concretas que paralelamente han sido “atendidas” por instituciones estatales y reapropiadas discursivamente por otras, principalmente religiosas. Esto ha generado una sofisticación de la violencia y, lo que me parece más doloroso, ha intensificando una aversión de muchas mujeres al feminismo, resultado de la estigmatización constante por parte actores en estos espacios de poder que, justamente, son fuertemente cuestionados por el feminismo.
Recuperemos entonces las narrativas feministas, su potencial de articulación y de liberarnos de distintos mandatos y condicionamientos paralizantes, como el silencio y el descrédito, sobretodo en las vísperas de las marchas y acciones políticas que nos acarrean reacciones violentas que desenfocan las reivindicaciones y demandas por vidas libres de violencia; condiciones dignas para las mujeres en todos los espacios laborales, educativos, de atención médica, de esparcimiento; autonomía de nuestros cuerpos, etc., y se nos acusa de ignorantes, histéricas, locas y cualquier categoría para silenciarnos y evitar que más mujeres se cuestionen y se articulen.
Abrazar el movimiento, sus postulados y marcos referenciales me parece un proceso dialéctico entre las propias vivencias y la potencia que el feminismo brinda para nombrarlas, resignificarlas y progresivamente transformarlas. Sí, el feminismo hace visibles numerosas violencias, las desnaturaliza, nos ayuda a enunciarlas, y las estructura, pero lo más revolucionario es que ofrece redes de apoyo, apuesta por la ternura y la empatía frente a realidades tan hostiles y nos recuerda: escucha, hermana, aquí está tu manada.