Por Bernardo León
Toda una generación de mexicanos ha crecido bajo un grave problema de inseguridad y violencia. Podemos discutir cuándo empezó, pero nadie podría decir con certeza cuándo va a terminar, cuándo dejará de ser un tema de titulares y primeras planas, y cuando se convertirá en un tema marginal para interesados y especialistas.
No hay ningún país en el mundo que no tenga un grado de criminalidad. Hasta en los países con mejores sistemas de justicia se cometen delitos; sin embargo, la proporción de delitos por habitante y la frecuencia en que un ciudadano es víctima no son ni de lejos las mismas que en México.
¿Cuál es el mínimo de criminalidad aceptable? El gran economista británico John Maynard Keynes desarrolló la llamada “función de consumo”, que básicamente mide la relación que hay entre el ingreso de las personas y su capacidad de consumo (a mayor ingreso, mayor capacidad de consumo). Pero lo interesante es que creó el concepto del “consumo autónomo”, es decir, la idea de que es imposible consumir cero. Dicho de otra manera, hay un nivel de consumo que no depende del ingreso, sino que es absolutamente necesario para mantener el “alma pegada con el cuerpo”: es el consumo mínimo que nos mantiene como seres humanos.
De la misma manera que hay un “consumo autónomo” podríamos decir que hay una “criminalidad autónoma”, que ya no depende de un buen sistema de justicia, ni de otras variables sociales, sino que hay un nivel de criminalidad que existe básicamente porque somos seres humanos; hay situaciones extremas, ambiciones, enfermedades mentales, emociones violentas, etc., que impiden que en las sociedades haya criminalidad cero.
Por ejemplo en Noruega, un país con casi 90 mil dólares de ingreso per cápita al año y donde se cometen 28 homicidios al año, (0.58 por cada 100 mil habitantes frente a los 28 por cada 100 mil de México), un empresario neonazi de 32 años llamado Anders Behring Breivik el 22 de julio de 2011 entró a un campamento estudiantil de jóvenes del Partido Laborista de Noruega y masacró a 77 personas sin más motivo que su supuesta oposición a las políticas de ese partido.
La “criminalidad autónoma” existe casi exclusivamente por la convivencia entre los seres humanos independientemente de la capacidad y eficacia del sistema de justicia. Los altísimos niveles de criminalidad en México están directamente relacionados con la impunidad que genera la ineficacia del sistema y que por lo mismo estimula el crecimiento de una cada vez mayor y más violenta delincuencia.
La pregunta obligada sin duda es: ¿cuál es la medida de esa “delincuencia autónoma”? Al revisar los datos de 11 países desarrollados y con sólidos sistemas de justicia se puede ver que en promedio tienen 1.4 homicidios por cada 100 mil habitantes (x100 mil h) con niveles más altos en Estados Unidos con 5 (x 100 mil h) y más bajo en Noruega con 0.58 (x100 mil h). En cuanto a robos con violencia el promedio es de 58.8 (x100 mil h) con cifras más altas en España y Reino Unido y muy bajas en Noruega. En robo no violento el promedio de estos 11 países es de 1,686 (x100 mil h) con niveles más altos en Dinamarca y Suecia y más bajos en España y en robo en casa habitación el promedio es de 546 (x100 mil h) con tasas más altas en Suecia y más bajas en Italia (ver Cuadro # 1).
Cuando los datos de este cuadro los comparas con México los indicadores se elevan notoriamente: el homicidio crece de un 1.4 (x100 mil h) en los países enumerados en la tabla a 28 (x100 mil h), para el robo con violencia, el no violento y el de casa habitación hay que tener más cuidado con los datos porque en los países mencionados en la tabla los números corresponden a los delitos reportados ante la policía, mientras que en México equivalen a las denuncias determinadas por el Ministerio Público.
La diferencia fundamental es la “cifra negra”, es decir, los delitos que se cometen, pero no se denuncian y que en México representan el 90% del total, mientras que en los países de la tabla puede oscilar entre el 30% y el 60%.
De esta manera, si medimos por denuncia, México parece un país muy seguro, pero si medimos con datos de la ENVIPE i la dimensión real del delito en México crece sustancialmente.
Con los datos de denuncias, la tasa en México es de 128.9 robos violentos por cada 100 mil habitantes frente a los 17.8 de Noruega, la de robo sin violencia 170.2 que es una tasa muy baja frente a los 2,694.9 del Reino Unido o los 3,011.72 de Suecia. ¿Quiere decir eso que México es un país muy seguro? No, solamente que hay un nivel muy bajo de denuncia en delitos no violentos. Al igual que en robo a casa-habitación, que en México promedia 47.9 frente a los 3,360.7 de Estados Unidos o los 953 de Dinamarca.
En contraste, si revisamos los datos que nos proporciona la ENVIPE ii donde la “cifra negra” es casi nula, los resultados son distintos: de 128.9 robos violentos por cada 100 mil habitantes (con datos de denuncias) crecemos a 6,899, que es considerablemente más alta que cualquier país de la tabla. De 170.2 robos no-violentos pasamos a 1,982 y de 47.9 robos en casa habitación a 1,880, igualmente por arriba de los países revisados.
En esta lógica, la “criminalidad autónoma” sería el promedio de delitos en los países con la tasa más baja. Dicho de otra manera, los países con tasas más altas pueden, a través de su sistema de justicia, llevar a la criminalidad a su nivel autónomo.
Por ejemplo, en 2020 se cometieron 35,579 homicidios, es decir 28.23 por cada 100 mil habitantes. Si tuviéramos la aspiración y la ambición de alcanzar a los 11 países enumerados en la tabla y llegar a una tasa de 1.4 homicidios por cada 100 mil habitantes, el sistema de justicia debería reducir a menos de dos mil homicidios al año, es decir, una reducción de al menos 33,579 homicidios al año o un 94%.
¿Es una meta difícil? Sin duda. ¿Imposible? No lo creo. El 15 de enero de 1996, la revista TIME publicó en su portada la fotografía de Bill Bratton, el comisionado de la Policía municipal de Nueva York con el siguiente titular: “Finalmente, estamos ganando la guerra contra el crimen“.
La revista reportaba cómo las diferentes estrategias de Bratton contra el crimen habían tenido reducciones superiores al 70% en los delitos y al final de la década de los noventa, el homicidio se había reducido 73%, 66% el robo a casa habitación y 67% el robo con violencia, llevando a la criminalidad a Nueva York a su nivel de “criminalidad autónoma”.
Muchos críticos de Bratton han señalado que en realidad muchas políticas económicas y sociales son las verdaderas responsables de la reducción del crimen, algunos otros han probado lo contrario.
Quizás la pregunta para los mexicanos y nuestro sistema de justicia (policías, fiscalías, defensorías, judicatura y prisiones) es ¿qué tenemos que hacer para regresar a nuestra “criminalidad autónoma”? Y una respuesta preliminar podría ser: ponernos esa meta, alcanzar los mismos niveles de criminalidad que algunos de los países más seguros del mundo. ¿Podremos? Yo creo que sí.